En iconografía cristiana se entiende por «Stabat Mater» aquella representación de Jesús Crucificado en el Gólgota junto a la Virgen Dolorosa, en referencia a los versos iniciales del hermoso himno latino que comienza rezando «Stabat Mater dolorosa iuxta crucem lacrimossa dum pendebat filius» (Estaba la Madre, dolorosa y afligida, junto a la cruz donde pendía el Hijo).
Este cambio sustancial en la manera de presentar a los fieles nuestras imágenes nos permitirá contemplar ahora a María físicamente junto a la Cruz, desde donde Jesús la exhorta como mujer, aquella de la que dependió el ingreso en la historia del que había de traer la Salvación al mundo. «¡Mujer, ahí tienes a tu hijo! » En estas palabras el Señor nos la entrega como Madre de la Iglesia, y en ellas resume su papel en la historia de la Redención. La maternidad de María no es un hecho aislado, sino que a través de ella nos revela a Jesús; su maternidad es piedra angular de la vida del cristiano, luz que esclarece, calor que alienta, fuerza y esperanza que cimientan nuestra Fe.
El Cristo del Camino pone ahora en sus labios sus últimas voluntades: «¡Hijo, ahí tienes a tu Madre! ». En las palabras que dirige a San Juan nos encontramos todos; desde la Cruz Jesús nos confirma el misterio de la maternidad espiritual de María. Ella, ¡la Madre de Dios! ¡es Madre nuestra! Por su propia voluntad Jesús nos señala el camino más adecuado para acercarnos a él: por María. San Pío X, haciéndose eco de esto, decía: «No hay camino más seguro y fácil que María por el cual los hombres pueden llegar a Cristo». Y es que todo en María apunta a Jesús. Amando a María se llega a amar plenamente al Señor Jesús.
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